La tortuga roja, la primera película que ha participado en una coproducción con el estudio Gihbli sin ser esta de habla japonesa. Esta joyita belga contó con la ayuda de Francia y Japón en su producción y vaya si se nota. Estamos ante otra de esas obras escritas con el corazón en la mano. Se me hace realmente complicado hablar de esta película sabiendo lo profunda que es y lo difícil que es dar con la tecla adecuada y poder diseccionarla como se merece.
Michaël Dudok de Wit (Father and Daughter) es la personalidad de la película. En las obras de este director se distingue el característico estilo utilizado en el cómic belga. Hablamos de personalidades como Hergé (Tintín) o Peyo (Los pitufos), que se dice pronto, pero son la tercera potencia a nivel mundial en cuanto a la producción de cómics se refiere.
Con el rugido de un mar embravecido cuyas olas parecen tragarse en su furia al propio espectador, La tortuga roja comienza con una sinfonía sobrecogedora en la que contemplamos atónitos cómo entre las montañas de agua de continuo cambiantes se debate un hombre. Entrevemos también en un instante su barca destrozada. El océano en todo su poder y esplendor resonando y reverberando en nuestros oídos y desbordando nuestra mirada.
Forte, José Luis. La tortuga roja. El antepenúltimo mohicano (2016).
Con estas palabras recoge José Luis Forte los primeros minutos de La tortuga roja. Y es que nos encontramos ante una película donde los personajes no hablan. Por lo tanto, la música, la vegetación, el mar, el viento, los animales y los movimientos de nuestro protagonista, se convierten en todo lo que necesitamos oír.
Básicamente podemos resumir la trama en una línea: un hombre naufraga en una isla donde no se distingue la fantasía de la propia realidad. Y es tanto así que nosotros mismos como espectadores dudamos en ciertas ocasiones acerca de si lo que estamos viendo está realmente pasando o si tan solo es fruto de la confusión de nuestro protagonista.
El metraje presenta una gama cromática preciosa, con colores muy vivos y paisajes dignos de estampa. En algunas ocasiones puede llegar a parecer que el personaje no pertenece a la misma categoría que el terreno.
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La música acompaña con mucha inteligencia a lo que vemos en la pantalla. Tanto que si cerramos los ojos, gracias a lo que escuchamos, podemos imaginarnos perfectamente donde nos encontramos y qué está ocurriendo.
El sonido de la naturaleza, calmada y violenta, hermosa y aterradora, es la música de fondo de una historia que crece a cada plano utilizando los elementos narrativos más esenciales, aquellos que nos conforman como seres humanos capaces de amar y de entregar nuestras vidas a aquellos que amamos. Y también de cómo pueden hacerlo con la misma pasión y fuerza cada animal, cada caña de bambú y cada hoja arrastrada por el vendaval como una sinfonía donde la humanidad pareciera no estar solo conformada por nosotros: de cómo el amor y el perdón no son cualidades exclusivas de los hombres.
Forte, José Luis. La tortuga roja. El antepenúltimo mohicano (2016).
No es una obra que hable de grandes aventuras, sino más bien un poema. De hecho, Randy Meeks (Cine en serio) explica que La tortuga roja es un película imprescindible para todos aquellos amantes del estudio Gihbli. Sobra decir que esto no se oye todos los días.
A modo de conclusión:
La tortuga roja es una joya sin paliativos, un poema audiovisual sin diálogos que subyuga desde el primer momento con su trama, sus imágenes, su música. La historia de un náufrago, su supervivencia en una isla, la lucha contra los elementos, y el encuentro inesperado con una tortuga roja que le permite formar una familia, es sencillamente arrebatadora.
Marta de Sofía. La tortuga roja. Decine21 (2016).
Me quito el sombrero ante todo el equipo de la película, pero en especial ente Michaël Dudok de Wit (director) y Laurent Pérez del Mar (música).
Puntuación: 8,5/10
Ojalá pudiésemos entrar en la mente de este tipo de creadores.